sábado, 17 de diciembre de 2016

Se dice o se grita




El largo discutir, el ánimo por los pies y un mantra para enfriar la furia me hizo recapacitar que, seguramente, no sería el inventor de la pólvora, que estos problemas domésticos eran universales y atravesaban las eras desde que el mono quiso a la mona. Por eso revisé lo más granado de la biblioteca en busca de respuestas.
Los más antiguos clásicos resultaron una decepción, no trataban sobre qué hacer con los parientes y tenían algunos pasajes notables por lo excitantes. Homero, por ejemplo, trataba de esas noches frías frente a Troya de Aquiles con Patroclo; Dante describía con detalles el círculo dedicado a los penitentes de la lujuria y, Plinio (el viejo), describía el ardid de Pasifae con el que fue concebido el Minotauro al yacer el toro con ella.
Probé entonces con Cervantes. Sin resultado. Quizás por loco, con su Quijote extrañamente cómico e íntimamente triste. Más adelante, al manco le faltó aquella mano para atender a las “Dulcineas” que buscaban su escasa fortuna. Con Borges no me fue mejor por oscuro y ciego consecuente.
Sobrevolé tratados de psiquiatría, mas mi filosofía se basa tercamente en el síndrome de Diógenes (el que vivía desnudo en un tonel y buscaba, en pleno día con una lámpara, a un hombre honesto) para demostrar que cualquier acción perturba la meditación y, por ende, no se debe limpiar en exceso; si se trabaja, que sea un descuido y si se viste, un lienzo es mucho.
No creo en la magia. De modo que fue mi desesperación la que encontró a Shakespeare. Si el más grande escritor de todos los tiempos no trataba el problema, me sentiría  desamparado. Conocía las obras más famosas, pero lo extenso de las que me faltaban leer me amilanó y le pregunté al Sr. Google por ellas. Sin embargo, éste contesta más de lo que se le pregunta y me llenó de dudas. De autor tan famoso no hay retratos verosímiles ni obras firmadas. Quedé devastado y mientras, obnubilado, buscaba alternativas, Plinio (el joven), ese hijo imaginario me advertía en el ensueño que había un señor esperando en la puerta con vestimentas extrañas y una pluma chorreante de tinta.
Como mis sueños son premonitorios o representan una lucha de ideas, abrí de inmediato. Un ser, vestido a la moda del siglo XVI, me miró detrás de una máscara que no me impidió reconocer a Shakespeare que esperaba mientras la pluma   manchaba la vereda.
Fue una sorpresa por la coincidencia. Con respeto lo hice pasar y le mostré los muchos y desparramados libros abiertos. Haciéndole lugar, le expliqué la discusión con mi consorte sobre los problemas en las relaciones entre padres e hijos (políticos o carnales).
Adiviné la perplejidad en los ojos tras el antifaz y luego de un largo suspiro, la confesión. Con escritos y obras teatrales había intentado dar con el norte del problema y así difundir su solución. Trató de arreglar las cosas entre Montescos y Capuletos con el triste resultado del suicidio de Romeo y Julieta.
Empeoró con Hamlet quien atravesó con su espada a su futuro suegro, Polonio. Mientras se hacía el loco tras las polleras de Ofelia cuando el espectro de su padre asesinado le reclamó venganza ¿Ser o no ser? He aquí el problema, le preguntó en aquel tiempo a la calavera del juglar y éste, jugando, le hace esperar aún la respuesta.
Se dijo entonces que con un amor como el del moro de Venecia podría explicarlo, no obstante lo sorprendió la magnitud de los celos y también terminaron ella asesinada y el quitándose la vida.
En un hilo de voz resumió el drama de Antonio y Cleopatra, donde Antonio muere por su mano atravesado por la espada en el regazo de la reina quien, no quiere sufrir la vergüenza de figurar en el triunfo de Octavio y decide truncar su existencia con la mortal mordedura de un áspid.
Se sintió manchado por la sangre de sus obras y, con esa lacra, nada pudo lograr para ayudar a las generaciones posteriores. Apenado, se transformó otra vez en espectro y con los hombros gachos se despidió deseándome encontrara la solución.
Abatido cerré la puerta tras él y, al seguir soñando, pude ver cada veta de la madera como si fuera una familia que reunidas formaban la abertura. No existía una solución mágica ni pacífica. El mundo ha tenido y tiene al menos dos fechas en discordia, civiles o religiosas. Es un abismo que solo puede ser cruzado con amor y mucha…, mucha paciencia.

Carlos Caro
Paraná, 14 de diciembre de 2016
Descargar PDF: http://cort.as/q7G1


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